“Héctor está de visita”
Un Cuento Corto por:
German
William Cabassa Barber,
UPR,
Mayagüez, Puerto Rico, a 11 de Octubre año 2010:
Cuando El Profesor que ofrecía la clase “Teoría del arte en Puerto Rico”
le dijo-por casualidad de la vida”
y sin mucho que ver con la clase-a los jóvenes de la sección de la
tarde que tenía uno de los muchos cuadros que pintó Vincent Willem van Gogh y que era de aquel puñado
de misteriosas obras que no terminó en un museo y que jamás había sido
retratado por nadie-por lo cual
para todos los que estudiaban a van Gogh era una obra totalmente desconocida-al
joven James Vargas, aspirante a bachiller en artes plásticas “se le incendió su alma con el fuego de la
obsesión”.
La terrible
obsesión del joven comenzó
cuando se le anidó la idea
de algún día llegar a ver el cuadro, así
nació. Siguiente, pasó por su mente una y otra vez el recurrente pensamiento de poder “darse el exquisito gusto” de
analizarlo, compararlo y
contrastarlo con las demás obras del afamado pintor-que por cierto sólo vendió una pintura en
vida y se la compró por pena su hermano-así se “maduró inmadura” dicha obsesión.
Pero en su
mente planeó y consumó su traición,
cuando en un momento dado El
Profesor recibió una llamada en medio de una clase y tuvo que dar
su dirección-la cual todos
desconocían-por teléfono y a
viva voz. El Profesor
vivía al lado del cementerio nuevo en Cabo Rojo, Puerto Rico en una vieja
mansión que le dejó su madre a él, su
único heredero.
Hacia el lado
izquierdo de la casa no tenía vecinos a más de quinientos pies de distancia,
pues había un terreno abandonado que parecía una jungla y hacia el lado
derecho, lo único que había era como ya he dicho “la urbanización del silencio”, de las muchas casitas blancas, de
las muchas cruces, de “los Cristos
Mudos” y de “las
vírgenes tímidas”.
Allí vivía
solo El Profesor sin
esposa, ni hijos, ni hermanos, ni sobrinos, no tenía amigos, sólo la ocasional
visita de un misterioso sujeto llamado Héctor, el cual aunque los jóvenes del
grupo-incluido James-no
lo conocían, ni sabían que tenía que ver con su profesor, sí sabían que brillaba por ser un
infortunio para los deseos de quienes querían ver el cuadro.
Pues resultaba
que cada vez que El Profesor
parecía estar a punto de entregar
el anonimato del cuadro para ser desvanecido por los ojos de sus estudiantes,
Héctor le dejaba saber que aparecería para visitarle a su casa y “el magno evento”, la develación
de una de las pocas cosas que aún
se había conservado invisible para el mundo, se echaba a perder. Parecía que su difunto pintor la celaba de
los que en vida le despreciaron, todos.
Mientras El Profesor guardaba su teléfono
celular, una joven curiosa e indiscreta tuvo la ocurrencia de preguntarle a El Profesor que si a él no le
daba miedo vivir solo al lado de un cementerio. Este sonrió de una manera
especialmente sínica, como uno hubiese imaginado el sonreír de Nicolás
Maquiavelo-el autor de El Príncipe-cuando
se le preguntaba sobre política y este se disponía a contestar como sólo él
sabe. Tras lo cual El Profesor
le contestó-“Sí, me da miedo, déjame
contarte una historia.”
Les contó la
más descabellada e inimaginable de las historias y por primera vez en tres
semestres-a su grupo de estudiantes
recurrentes, pues en este bachillerato de artes plásticas El Profesor
daba casi todas las clases
medulares-les habló de su vida privada y de su juventud. Cuando era
joven vivía con su madre, pues su padre había muerto peleando en la guerra de
Vietnam y junto con sus amigos solía brincar la verja del cementerio donde
también había ido a parar su mejor amigo por culpa de un accidente de motora y allí frente a la tumba de su
padre y de su mejor amigo-cuyo
solar lo dividía apenas una cadena-aquel grupo de locos y sufridos adolecentes de
finales de los setenta lloraban al padre de su amigo quien en vida pagaba las
reparaciones de todas las motoras del grupo y lloraron también al amigo de todos ellos, quien “se fue” por el descuido de un
negligente y allí
bebían vino hasta la inconsciencia y fumaban marihuana hasta no saber ni donde
estaban. La madre de El Profesor vieja
y sabia, una noche antes de él marcharse y sabiendo lo que su hijo hacía le
dijo: -“Tu seguirás con esos
disparates hasta que se te pase la mano y se te aparezca La Baronesa del
Cementerio y cansada de escuchar tus penas y harta de tus irreverencias te
recompense por la insistencia de tu luto, pero del susto al regañarte se te
quiten las ganas de ser valiente. Porque acuérdate ella no te premia sin
reprenderte.”-esas
fueron las palabras de la
vieja.-“Pero madre, ¿Quién es esa baronesa del cementerio?”-le
preguntó él, un tanto asustado por la seriedad de su progenitora, nunca antes mostrada hasta ahora.
–“Ella es la primera mujer de color
enterrada allí y por tanto la dueña del camposanto. Te lo vaticino sea eso o lo
que sea que pase, tú y tus amigos van a pasar un susto. ¡Vas a lamentarte!”-le
contestó. El Joven como
que sintió “mala espina”,
pero al final de cuentas
no le hizo caso a su madre, sus
amigos le esperaban. Sonrió mientras contaba esta historia a sus
estudiantes y añadió que debió haberle hecho caso a su sagrada progenitora y
que más adelante la perdió por esa
misma razón, por no haberle hecho caso esa
noche.
Esa noche-contó-él y sus amigos se trajeron el vino
más embriagante y la marihuana más pura y frente
a la tumba de sus llorados comenzó la secuencia de cada noche, pero esta noche algo salió mal, “se les pasó la mano” y como
vaticinó la vieja, pasaron un susto.
El
Profesor tenía una “nota”-les
contó a sus estudiantes-que era como
un pelotazo de grandes ligas, una “nota” que botó
la bola. –“Yo no me despedí
de nuestro amigo como es debido, él era mi hermano, lo más que le gustaba era
correr motora y bailar como un trompo, la noche del accidente a esto iba aún
sin el foco de al frente de su Harley-Davidson ¡a eso iba!, hay que darle la
oportunidad que lo haga una última vez, como no se lo permitió aquel camionero
negligente.”-había dicho con los ojos llorosos El Profesor-en aquel tiempo remoto-y buscando
en el suelo había hallado una conveniente
pala olvidada por los sepultureros y golpe viene y golpe va, a palazos abrió la sepultura que
resguardaba los restos de su amigo y encontró el ataúd o lo que quedaba de él.
Al abrirlo
sonrió-“Todavía sigues aquí,
hermanito.”-dijo al ver “el
cadáver” de su amigo que aún tenía su jaquet de cuero negro que en
el lado izquierdo llevaba bordado su nombre como lo estipulaba en su tiempo la
moda para la mayoría de los Greasers.
Tras lo cual echándose al hombro a “su amigo” lo sacó de su tumba. Habiendo salido de la tumba y parado
frente a sus amigos
tomó el cadáver en sus manos y lo levantó como un muñeco, agarrándolo por
debajo de las axilas-“¡Hay amigo
mío!, ¡En lo que te has
convertido!”-gritó a toda voz amargamente, llorando y lamentándose
de corazón-“Si volvieras a la vida podríamos bailar otra vez, ¡cómo lo quisiera aunque me costare lo que
fuese!”-dijo riendo
para no llorar y se puso a bailar con el cadáver que se sacudía de
lado a lado con los torpes movimientos de aquel drogado que ahora era oficialmente un profanador de tumbas y mientras
todos sus amigos reían y aplaudían se escuchó una fantasmal riza... todo quedó
en silencio y al lado derecho de la tumba que habían profanado había una mujer
vestida de novia, huesuda y sonriente.-“¡Te
reprendo Profanador! ¿Eso
es lo que quieres, que a tu amigo le regrese del reino del silencio? ...pues lo tendrás, ¡pero será tu recompensa, tu
responsabilidad...y tu condena!”-le dijo y río diabólicamente. Una
ráfaga de viento frío les anunció-a
todos por igual-que aquello
no era producto de un efecto secundario de aquella droga, ni auspiciado por el alcohol y su pesado sentido del buen
humor. Todos sus amigos
salieron corriendo. El
Profesor no tuvo tiempo de reaccionar y corrió con el cadáver al
hombro como nunca había corrido, rogándole a Dios que aquello no lo agarrase y así habían terminado aquella noche loca y su adicción al vino
y a las drogas.-“Profesor... ¿Y qué
hizo el cadáver?”-preguntó la joven que había “desatado” “aquello”. Él la miró
serio por un momento y sonrió de medio lado.-“La curiosidad mató al gato...”-le
respondió sínicamente, tras lo cual se acomodó los espejuelos y negó con la
cabeza.-“Pero la satisfacción lo revivió.”-contestó James Vargas, sentado dos
sillas a la derecha de la joven.
El
Profesor le miró sorprendido y sonrió otra
vez, repentinamente tocó el timbre y todos comenzaron a marcharse, hasta quedar
solos Vargas y su
profesor. El Profesor
miró al joven de cabello castaño, ojos verdes, blanco y alto, sí, a aquel que
todos detestaban por ser un sabelotodo que siempre quería sobresalir y que
parecía saber todo sobre todo,
él que era un experto en van Gogh uno
de los preferidos de El Profesor,
él, que cuando quería algo lo lograba.-“¿En qué puedo ayudarte?”-le preguntó al
joven que le contemplaba serio.-“Profesor”-le
contestó-“yo quiero ver la pintura, iré esta noche a su casa.”-le dejó saber.-“No, no puedes.-le dijo, aparentaba estar nervioso-“Qué pena con usted Vargas, pero
es que Héctor está de visita.”-le
dejó saber El Profesor.
–“¿Héctor?, pues creo
que usted ha inventado
a Héctor, nadie lo
conoce, nunca ha venido a la universidad, aquí no le llama... yo voy para su casa, me invite o
no y a Héctor, bueno habrá que
conocerlo.”-le dijo indiferente, exigiendo lo añorado como lo haría
El Principito del
relato corto de Antoine de Saint-Exupéry.
El
Profesor comenzó a sudar y se notaba que-también-comenzaba a temblar –“¡No! ¡No! ¿Qué? ¿No entiendes? ¡Héctor está de visita!”-le respondió como si
el joven supiese la importancia de semejante frase.-“¿No me lo
puede presentar? Además...
¿qué va a hacer en su casa hoy que yo no puedo acompañarlos?, ¿Qué?... dígame la verdad, ¿por qué tanto misterio? ...acá entre nosotros... ¿es usted gay Profesor?”-preguntó
el joven y “se le pasó la mano”,
su obsesión le hacía torpe.-“No, no
soy gay, es que tú
no entiendes, Héctor va a cenar a casa, yo tengo que alimentarlo para
que...”-le dijo como desesperado-“¡es
mi responsabilidad!”-añadió como si hubiese algo que quisiese decir
y no pudiera. –“Profesor, usted no
entiende ¿verdad?,
la idea de lo desconocido me obsesiona. ¿Me dejará con las ganas de saber que
hay en el cuadro? ¡Usted estará en
su casa!, ¿qué son cinco minutos?”-le rogó. El sujeto le miró y
sonrió poco a poco, sonrió de a
sorbitos. –“Es que no
estaré-ahora que
recuerdo-Héctor y yo saldremos, a
cenar. Además si no te quieres quedar con las ganas de saber yo te
diré, el cuadro se llama “Los
esqueletos tomando té” y tiene a dos esqueletos tomando té al
estilo italiano de la época de van
Gogh. Ya está, ¡ya eres
el primero en saberlo! ¿Se
te quitó la curiosidad?”-le preguntó El Profesor y como
a una mentira se le responde con otra, el joven contestó que sí.
La verdad era
que ya había planeado y ejecutado
su traición en su imaginación, ahora estaba seguro de que El Profesor no estaría allí y que podría consumarla en la realidad.
Esa noche, el joven echó una valija de herramientas en el baúl de
su auto, por si a El Profesor
le daba por en realidad
salir esa noche y podía ejecutar lo
planeado, metérsele en la casa y retratar la pintura. Sí en realidad El Profesor no salía, simplemente
él se aparecería por allá y encontraría la manera de entrar “con permiso pero a las malas”.
De cualquier
manera, su intención era retratar aquella pintura a como diera lugar. Al caer la noche el joven se
dirigió a la dirección donde vivía su
profesor y se percató que no estaba el auto y que el portón estaba medio
abierto, sonrió de medio lado y caminó hacia adentro, se percató que en el
suelo de la marquesina habían huellas lodosas pero por su extraña apariencia no
pudo definir de qué eran, trato de no pisarlas y llegó a la puerta.
Al mirar en la
cerradura para su sorpresa halló las llaves y sobre un muro a la altura de sus
costillas la cartera de El Profesor
y su libreta de notas, al parecer había salido de prisa y las olvidó.
Al entrar a la
casa se percató de que había luces encendidas y que había- El Profesor -dejado sobre una
mesa dos tazas de chocolate caliente, pues aún emanaban vapor. Miró al lado
derecho y vio una puerta media abierta y las mismas huellas con barro en el
suelo que se dirigían hacia allí.
En la puerta tenía un rotulo. “Galería,
no pasar”. El joven se sintió como El Príncipe, al cual se le servía todo en bandeja de
plata, sin notar que el camino fácil como nos enseña Jacinto Benavente en El Príncipe que todo lo aprendió en los
libros, es el
más peligroso. Paso a paso
entró a la galería y ya siendo víctima del pecado por dejarse seducir de la
curiosidad que es la más cruel de
las mujeres, dejó la puerta abierta, buscó y buscó el interruptor en la obscuridad, mas no lo encontró.
Repentinamente
la puerta por la cual había entrado al cuarto, se cerró de golpe y porrazo y el joven
sintió que del otro lado le colocaban el seguro-obviamente-para que nadie saliese de allí.-“¡¿Con mil demonios qué Diablos pasa
aquí?!”-gritó el joven en la obscuridad, cuando repentinamente se
encendió la luz del cuarto, al mirar vio muchas cortinas que llegaban al suelo
cubriendo de lado a lado las pinturas y al fondo de aquella habitación vio un
hermoso sillón rojo, y sobre su espaldar-al
lado del interruptor-la pintura añorada, la que le habían descrito,
la de dos esqueletos tomando té y-además-comiéndose
a una persona, detalle que se le “olvidó”
mencionar a El Profesor.
El joven abrió
los ojos como soles y le sudó la frente, pero no fue por el cuadro, fue por
otra cosa. Porque ahí, sentado sobre el sillón había con un jaquet negro de
cuero que tenía escrito en su lado izquierdo “Héctor”
un esqueleto.-“¡¿Cómo demonios
llego eso aquí?! ¿Qué clase de broma es esta? ¡Déjenme salir!”-gritó
a toda voz y a golpes contra la puerta el joven.
Repentinamente
escuchó la voz serena de El
Profesor -quien le
había encerrado allí-que le respondía del otro lado de la puerta:
“¡Yo se lo advertí Vargas!,
yo le dije que no venga, que
Héctor está de visita, que viene a cenar, pero usted no
me escuchó no captó el mensaje
detrás de mi historia, el
que no toma consejos no llega a viejo.”-le dejó saber El Profesor.
El joven otra
vez miró al sillón-sospechando lo
que le esperaba-y el esqueleto no estaba, al mirar a la cortina a
su lado, pudo ver con horror,
en medio de donde se
unían la cortina y el piso, los huesudos pies del esqueleto llenos de barro. El
joven-víctima de la obsesión-no
tomó consejos y como dice el refrán no
llegó a viejo, porque siguiente y saltando de entre la cortina, el
esqueleto le mordió el cuello…[1]
[1] Este
relato inspiró más adelante una novela más explícita y reveladora, “El
arte de saber morir”, que pronto verá la luz y trata de todas
las desdichadas noches en las cuales “Héctor está de visita”, y la
lucha de El Profesor para poder mantener el control sobre este ente
sobrenatural a lo largo de los años, arroja más luz sobre El Profesor, Héctor, la maldición de La Baronesa y expande la historia y mitología de este cuento, con
muchos detalles que para el tuvieron que dejarse fuera pero no así con la novela al punto que en ella a la historia
hasta llega a dársele un fin.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario