miércoles, 20 de noviembre de 2013

“Héctor está de visita”: Un Cuento Corto por German William Cabassa Barber


“Héctor está de visita”
Un Cuento Corto por:
German William Cabassa Barber,
Tercer Lugar, 
En El Certamen de la fiesta de La Lengua,  año 2010:

UPR, Mayagüez, Puerto Rico, a 11 de Octubre año 2010:

Cuando El Profesor que ofrecía la clase “Teoría del arte en Puerto Rico” le dijo-por casualidad de la vida” y sin mucho que ver con la clase-a los jóvenes de la sección de la tarde que tenía uno de los muchos cuadros que pintó Vincent Willem van Gogh y que era de aquel puñado de misteriosas obras que no terminó en un museo y que jamás había sido retratado por nadie-por lo cual para todos los que estudiaban a van Gogh era una obra totalmente desconocida-al joven James Vargas, aspirante a bachiller en artes plásticas “se le incendió su alma con el fuego de la obsesión”.

La terrible obsesión del joven comenzó cuando se le anidó la idea de algún día llegar a ver el cuadro, así nació. Siguiente, pasó por su mente una y otra vez el recurrente pensamiento de poder “darse el exquisito gusto” de analizarlo, compararlo y contrastarlo con las demás obras del afamado pintor-que por cierto sólo vendió una pintura en vida y se la compró por pena su hermano-así se “maduró inmadura” dicha obsesión.

Pero en su mente planeó y consumó su traición, cuando en un momento dado El Profesor recibió una llamada en medio de una clase y tuvo que dar su dirección-la cual todos desconocían-por teléfono y a viva voz. El Profesor vivía al lado del cementerio nuevo en Cabo Rojo, Puerto Rico en una vieja mansión que le dejó su madre a él, su único heredero.

Hacia el lado izquierdo de la casa no tenía vecinos a más de quinientos pies de distancia, pues había un terreno abandonado que parecía una jungla y hacia el lado derecho, lo único que había era como ya he dicho “la urbanización del silencio”, de las muchas casitas blancas, de las muchas cruces, de “los Cristos Mudos” y de “las vírgenes tímidas”.

Allí vivía solo El Profesor sin esposa, ni hijos, ni hermanos, ni sobrinos, no tenía amigos, sólo la ocasional visita de un misterioso sujeto llamado Héctor, el cual aunque los jóvenes del grupo-incluido James-no lo conocían, ni sabían que tenía que ver con su profesor, sabían que brillaba por ser un infortunio para los deseos de quienes querían ver el cuadro.

Pues resultaba que cada vez que El Profesor parecía estar a punto de entregar el anonimato del cuadro para ser desvanecido por los ojos de sus estudiantes, Héctor le dejaba saber que aparecería para visitarle a su casa y “el magno evento”, la develación de una de las pocas cosas que aún se había conservado invisible para el mundo, se echaba a perder. Parecía que su difunto pintor la celaba de los que en vida le despreciaron, todos.

Mientras El Profesor guardaba su teléfono celular, una joven curiosa e indiscreta tuvo la ocurrencia de preguntarle a El Profesor que si a él no le daba miedo vivir solo al lado de un cementerio. Este sonrió de una manera especialmente sínica, como uno hubiese imaginado el sonreír de Nicolás Maquiavelo-el autor de El Príncipe-cuando se le preguntaba sobre política y este se disponía a contestar como sólo él sabe. Tras lo cual El Profesor le contestó-“Sí, me da miedo, déjame contarte una historia.”

Les contó la más descabellada e inimaginable de las historias y por primera vez en tres semestres-a su grupo de estudiantes recurrentes, pues en este bachillerato de artes plásticas El Profesor daba casi todas las clases medulares-les habló de su vida privada y de su juventud. Cuando era joven vivía con su madre, pues su padre había muerto peleando en la guerra de Vietnam y junto con sus amigos solía brincar la verja del cementerio donde también había ido a parar su mejor amigo por culpa de un accidente de motora y allí frente a la tumba de su padre y de su mejor amigo-cuyo solar lo dividía apenas una cadena-aquel grupo de locos y sufridos adolecentes de finales de los setenta lloraban al padre de su amigo quien en vida pagaba las reparaciones de todas las motoras del grupo y lloraron también al amigo de todos ellos, quien “se fue” por el descuido de un negligente y allí bebían vino hasta la inconsciencia y fumaban marihuana hasta no saber ni donde estaban. La madre de El Profesor vieja y sabia, una noche antes de él marcharse y sabiendo lo que su hijo hacía le dijo: -“Tu seguirás con esos disparates hasta que se te pase la mano y se te aparezca La Baronesa del Cementerio y cansada de escuchar tus penas y harta de tus irreverencias te recompense por la insistencia de tu luto, pero del susto al regañarte se te quiten las ganas de ser valiente. Porque acuérdate ella no te premia sin reprenderte.”-esas fueron las palabras de la vieja.-“Pero madre, ¿Quién es esa baronesa del cementerio?”-le preguntó él, un tanto asustado por la seriedad de su progenitora, nunca antes mostrada hasta ahora. –“Ella es la primera mujer de color enterrada allí y por tanto la dueña del camposanto. Te lo vaticino sea eso o lo que sea que pase, tú y tus amigos van a pasar un susto. ¡Vas a lamentarte!”-le contestó. El Joven como que sintió “mala espina”, pero al final de cuentas no le hizo caso a su madre, sus amigos le esperaban. Sonrió mientras contaba esta historia a sus estudiantes y añadió que debió haberle hecho caso a su sagrada progenitora y que más adelante la perdió por esa misma razón, por no haberle hecho caso esa noche.

Esa noche-contó-él y sus amigos se trajeron el vino más embriagante y la marihuana más pura y frente a la tumba de sus llorados comenzó la secuencia de cada noche, pero esta noche algo salió mal, “se les pasó la mano” y como vaticinó la vieja, pasaron un susto.

El Profesor tenía una “nota”-les contó a sus estudiantes-que era como un pelotazo de grandes ligas, una “nota” que botó la bola. –“Yo no me despedí de nuestro amigo como es debido, él era mi hermano, lo más que le gustaba era correr motora y bailar como un trompo, la noche del accidente a esto iba aún sin el foco de al frente de su Harley-Davidson ¡a eso iba!, hay que darle la oportunidad que lo haga una última vez, como no se lo permitió aquel camionero negligente.”-había dicho con los ojos llorosos El Profesor-en aquel tiempo remoto-y buscando en el suelo había hallado una conveniente pala olvidada por los sepultureros y golpe viene y golpe va, a palazos abrió la sepultura que resguardaba los restos de su amigo y encontró el ataúd o lo que quedaba de él.

Al abrirlo sonrió-“Todavía sigues aquí, hermanito.”-dijo al ver “el cadáver” de su amigo que aún tenía su jaquet de cuero negro que en el lado izquierdo llevaba bordado su nombre como lo estipulaba en su tiempo la moda para la mayoría de los Greasers. Tras lo cual echándose al hombro a “su amigo” lo sacó de su tumba. Habiendo salido de la tumba y parado frente a sus amigos tomó el cadáver en sus manos y lo levantó como un muñeco, agarrándolo por debajo de las axilas-“¡Hay amigo mío!, ¡En lo que te has convertido!”-gritó a toda voz amargamente, llorando y lamentándose de corazón-“Si volvieras a la vida podríamos bailar otra vez, ¡cómo lo quisiera aunque me costare lo que fuese!”-dijo riendo para no llorar y se puso a bailar con el cadáver que se sacudía de lado a lado con los torpes movimientos de aquel drogado que ahora era oficialmente un profanador de tumbas y mientras todos sus amigos reían y aplaudían se escuchó una fantasmal riza... todo quedó en silencio y al lado derecho de la tumba que habían profanado había una mujer vestida de novia, huesuda y sonriente.-“¡Te reprendo Profanador! ¿Eso es lo que quieres, que a tu amigo le regrese del reino del silencio? ...pues lo tendrás, ¡pero será tu recompensa, tu responsabilidad...y tu condena!”-le dijo y río diabólicamente. Una ráfaga de viento frío les anunció-a todos por igual-que aquello no era producto de un efecto secundario de aquella droga, ni auspiciado por el alcohol y su pesado sentido del buen humor. Todos sus amigos salieron corriendo. El Profesor no tuvo tiempo de reaccionar y corrió con el cadáver al hombro como nunca había corrido, rogándole a Dios que aquello no lo agarrase y así habían terminado aquella noche loca y su adicción al vino y a las drogas.-“Profesor... ¿Y qué hizo el cadáver?”-preguntó la joven que había “desatado” “aquello”. Él la miró serio por un momento y sonrió de medio lado.-“La curiosidad mató al gato...”-le respondió sínicamente, tras lo cual se acomodó los espejuelos y negó con la cabeza.-“Pero la satisfacción lo revivió.”-contestó James Vargas, sentado dos sillas a la derecha de la joven.

El Profesor le miró sorprendido y sonrió otra vez, repentinamente tocó el timbre y todos comenzaron a marcharse, hasta quedar solos Vargas y su profesor. El Profesor miró al joven de cabello castaño, ojos verdes, blanco y alto, sí, a aquel que todos detestaban por ser un sabelotodo que siempre quería sobresalir y que parecía saber todo sobre todo, él que era un experto en van Gogh uno de los preferidos de El Profesor, él, que cuando quería algo lo lograba.-“¿En qué puedo ayudarte?”-le preguntó al joven que le contemplaba serio.-“Profesor”-le contestó-“yo quiero ver la pintura, iré esta noche a su casa.”-le dejó saber.-“No, no puedes.-le dijo, aparentaba estar nervioso-“Qué pena con usted Vargas, pero es que Héctor está de visita.”-le dejó saber El Profesor. –“¿Héctor?, pues creo que usted ha inventado a Héctor, nadie lo conoce, nunca ha venido a la universidad, aquí no le llama... yo voy para su casa, me invite o no y a Héctor, bueno habrá que conocerlo.”-le dijo indiferente, exigiendo lo añorado como lo haría El Principito del relato corto de Antoine de Saint-Exupéry.

El Profesor comenzó a sudar y se notaba que-también-comenzaba a temblar –“¡No! ¡No! ¿Qué? ¿No entiendes? ¡Héctor está de visita!”-le respondió como si el joven supiese la importancia de semejante frase.-“¿No me lo puede presentar? Además... ¿qué va a hacer en su casa hoy que yo no puedo acompañarlos?, ¿Qué?... dígame la verdad, ¿por qué tanto misterio? ...acá entre nosotros... ¿es usted gay Profesor?”-preguntó el joven y “se le pasó la mano”, su obsesión le hacía torpe.-“No, no soy gay, es que no entiendes, Héctor va a cenar a casa, yo tengo que alimentarlo para que...”-le dijo como desesperado-“¡es mi responsabilidad!”-añadió como si hubiese algo que quisiese decir y no pudiera. –“Profesor, usted no entiende ¿verdad?, la idea de lo desconocido me obsesiona. ¿Me dejará con las ganas de saber que hay en el cuadro? ¡Usted estará en su casa!, ¿qué son cinco minutos?”-le rogó. El sujeto le miró y sonrió poco a poco, sonrió de a sorbitos. –“Es que no estaré-ahora que recuerdo-Héctor y yo saldremos, a cenar. Además si no te quieres quedar con las ganas de saber yo te diré, el cuadro se llama “Los esqueletos tomando té” y tiene a dos esqueletos tomando té al estilo italiano de la época de van Gogh. Ya está, ¡ya eres el primero en saberlo! ¿Se te quitó la curiosidad?”-le preguntó El Profesor y como a una mentira se le responde con otra, el joven contestó que .

La verdad era que ya había planeado y ejecutado su traición en su imaginación, ahora estaba seguro de que El Profesor no estaría allí y que podría consumarla en la realidad.

Esa noche, el joven echó una valija de herramientas en el baúl de su auto, por si a El Profesor le daba por en realidad salir esa noche y podía ejecutar lo planeado, metérsele en la casa y retratar la pintura. Sí en realidad El Profesor no salía, simplemente él se aparecería por allá y encontraría la manera de entrar “con permiso pero a las malas”.

De cualquier manera, su intención era retratar aquella pintura a como diera lugar. Al caer la noche el joven se dirigió a la dirección donde vivía su profesor y se percató que no estaba el auto y que el portón estaba medio abierto, sonrió de medio lado y caminó hacia adentro, se percató que en el suelo de la marquesina habían huellas lodosas pero por su extraña apariencia no pudo definir de qué eran, trato de no pisarlas y llegó a la puerta.

Al mirar en la cerradura para su sorpresa halló las llaves y sobre un muro a la altura de sus costillas la cartera de El Profesor y su libreta de notas, al parecer había salido de prisa y las olvidó.

Al entrar a la casa se percató de que había luces encendidas y que había- El Profesor -dejado sobre una mesa dos tazas de chocolate caliente, pues aún emanaban vapor. Miró al lado derecho y vio una puerta media abierta y las mismas huellas con barro en el suelo que se dirigían hacia allí. En la puerta tenía un rotulo. “Galería, no pasar”. El joven se sintió como El Príncipe, al cual se le servía todo en bandeja de plata, sin notar que el camino fácil como nos enseña Jacinto Benavente en El Príncipe que todo lo aprendió en los libros, es el más peligroso. Paso a paso entró a la galería y ya siendo víctima del pecado por dejarse seducir de la curiosidad que es la más cruel de las mujeres, dejó la puerta abierta, buscó y buscó el interruptor en la obscuridad, mas no lo encontró.

Repentinamente la puerta por la cual había entrado al cuarto, se cerró de golpe y porrazo y el joven sintió que del otro lado le colocaban el seguro-obviamente-para que nadie saliese de allí.-“¡¿Con mil demonios qué Diablos pasa aquí?!”-gritó el joven en la obscuridad, cuando repentinamente se encendió la luz del cuarto, al mirar vio muchas cortinas que llegaban al suelo cubriendo de lado a lado las pinturas y al fondo de aquella habitación vio un hermoso sillón rojo, y sobre su espaldar-al lado del interruptor-la pintura añorada, la que le habían descrito, la de dos esqueletos tomando té y-además-comiéndose a una persona, detalle que se le “olvidó” mencionar a El Profesor.

El joven abrió los ojos como soles y le sudó la frente, pero no fue por el cuadro, fue por otra cosa. Porque ahí, sentado sobre el sillón había con un jaquet negro de cuero que tenía escrito en su lado izquierdo “Héctor” un esqueleto.-“¡¿Cómo demonios llego eso aquí?! ¿Qué clase de broma es esta? ¡Déjenme salir!”-gritó a toda voz y a golpes contra la puerta el joven.

Repentinamente escuchó la voz serena de El Profesor -quien le había encerrado allí-que le respondía del otro lado de la puerta: “¡Yo se lo advertí Vargas!, yo le dije que no venga, que Héctor está de visita, que viene a cenar, pero usted no me escuchó no captó el mensaje detrás de mi historia, el que no toma consejos no llega a viejo.”-le dejó saber El Profesor.

El joven otra vez miró al sillón-sospechando lo que le esperaba-y el esqueleto no estaba, al mirar a la cortina a su lado, pudo ver con horror, en medio de donde se unían la cortina y el piso, los huesudos pies del esqueleto llenos de barro. El joven-víctima de la obsesión-no tomó consejos y como dice el refrán no llegó a viejo, porque siguiente y saltando de entre la cortina, el esqueleto le mordió el cuello…[1]




[1] Este relato inspiró más adelante una novela más explícita y reveladora, El arte de saber morir”, que pronto verá la luz y trata de todas las desdichadas noches en las cuales “Héctor está de visita”, y la lucha de El Profesor para poder  mantener el control sobre este ente sobrenatural a lo largo de los años, arroja más luz sobre El Profesor, Héctor, la maldición de La Baronesa y expande la historia y mitología de este cuento, con muchos detalles que para el tuvieron que dejarse fuera pero no así con  la novela al punto que en ella a la historia hasta llega a dársele un fin.

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